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Jordi LP the one and only

«¿Cuáles son los límites del humor?» es una pregunta ya trillada y viciada de antemano. 

«¿Cuándo y por qué un chiste no sale bien?» es mucho más reveladora.

A continuación, 8 motivos por los que un chiste no sale bien, seguidos de algunas conclusiones de utilidad para abordar la resobada cuestión de los límites del humor.

 

1.- Referente desconocido

Un chiste no sale bien, por ejemplo, cuando el receptor (público, lectores, audiencia) no conoce alguno de los referentes que aparecen en el chiste. El autor del chiste presupone que sí lo conoces, si su suposición falla, el chiste falla.

Ejemplo: le cuentas un chiste sobre Pokémon a tu abuelo. No lo pilla. No porque sea incapaz de entender chistes, sino porque no sabe nada sobre Pokémon, no es un referente que la gente de su generación haya interiorizado de forma natural.

 

2.- Interpretado al pie de la letra

Un chiste no sale bien cuando el receptor lo interpreta de forma literal, sin pararse a entender sentidos figurados, ironías ni sutilezas. El autor del chiste presupone que estás alerta, dispuesto a cazar sentidos que se salen de lo habitual, si no lo estás, el chiste falla.

Ejemplo: un espectador ve la peli Starship Troopers de Paul Verhoeven y pasa por alto las ironías. En vez de interpretar la película como una sátira contra el fascismo la interpretará como una exaltación del fascismo.

 

3.- Demasiado complicado

Un chiste no sale bien cuando el receptor tiene que hacer una asociación de ideas demasiado compleja en poco tiempo para entenderlo. Cuando el autor del chiste plantea un rompecabezas que el receptor no puede resolver, el chiste falla.

Ejemplo: un chiste escrito que para entenderlo haya que leerlo varias veces. Puede funcionar si se va a publicar escrito, pero no funcionará si lo cuenta de viva voz un intérprete.

 

4.- Demasiado obvio

Un chiste tampoco sale bien cuando el receptor tiene que hacer una asociación de ideas demasiado obvia. Si no hay suficiente giro, si no hay sorpresa, si el desenlace es previsible, el chiste falla.

Ejemplo: te cuentan el chiste del perro Mistetas y tienes más de 10 años. Te puede hacer gracia la pervivencia de un chiste así, te puedes reír al recordar este chiste que oíste en tu infancia, te puede arrancar una carcajada darte cuenta de lo estúpido que te parece hoy, pero no te vas a reír porque al final del chiste te des cuenta de que Mistetas suena igual que «mis tetas». 

 

5.- Falta de contexto

Un chiste no sale bien cuando requiere que el receptor conozca el contexto donde tiene lugar el chiste y no se da el caso. Es como desconocer un referente necesario cuando el referente son todas las circunstancias de chiste.

Ejemplo: las reglas no escritas de un show donde interactúan presentadores y personajes. Tipo La Competència de RAC-1. Los personajes desbarran y escandalizan, los presentadores conducen. Entender este contexto de buenas a primeras no es tan trivial. ¿Ese individuo que dice tantas barbaridades, las dice en serio? ¿El programa tiene la intención de exaltar tales salvajadas? La primera vez que te topas con un show de estas características pueden surgir dudas.

 

6.- Demasiadas sospechas

Un chiste no sale bien cuando el receptor muestra mucha suspicacia hacia las intenciones del autor del chiste. Si sospechas que el autor del chiste es alguien con cuyos valores no congenias en absoluto, el chiste falla.

Ejemplo: una persona desconocida con indumentaria y deje en el habla propios de un colectivo que te resulta antipático te cuenta un chiste blanco con bastante gracia. Quizá te rías por educación, quizá te rías porque la incomodidad de la situación añade una capa más de disparate, pero es difícil que te rías de forma genuina.

 

7.- Van a por nosotros

Un chiste no sale bien cuando el receptor lo percibe como un ataque personal o un ataque a sus valores. Sucede cuando el receptor identifica al autor del chiste como alguien del otro bando. Cuando hay identificación entre receptor y autor, no es ataque, es autocrítica compartida.

Ejemplo: alguien que es abiertamente del Madrid le cuenta a alguien del Barça un chiste sobre la mala situación de la plantilla blaugrana. Si ese mismo chiste lo contase alguien del Barça, el receptor culé lo interpretaría como una crítica de alguien que se preocupa por la causa.

 

8.- No es momento

Un chiste no sale bien cuando el receptor no tiene ningún ánimo de reír por circunstancias personales trágicas, normalmente transitorias. Si bien hay quien se sirve del humor para superar sus desgracias personales, lo normal es lo contrario, el humor entonces sienta mal.

Ejemplo: contarle un chiste a alguien que acaba de perder a un ser querido.

 

Conclusiones

La efectividad de un chiste depende del grado de conocimiento mutuo de sus dos principales actores: los emisores del chiste (intérpretes, dibujantes o autores) y los receptores (audiencia, lectores o público).

Cuanto menos se conocen recíprocamente el emisor y el receptor de un chiste, más probable es que el chiste falle.

Hacer reír a una persona cercana —una sola— a la que conocemos bien y ella a nosotros también, es fácil. 

Hacer reír a todas y cada una de las personas que componen una audiencia multitudinaria es más difícil. Existen referentes masivamente compartidos y fórmulas probadas que siempre funcionan, pero es un coto más pequeño de lo que parece y se gasta rápido.

Los referentes compartidos, es decir la intersección del conjunto de referentes de todas y cada una de las personas de un grupo, se hace más pequeña a la que aumenta el número de personas en un grupo. A más gente, menos referentes compartidos.

Ídem con otros factores subjetivos que condicionan la efectividad de un chiste: temas tabú, predisposición a lo complejo, cultura humorística previa, etc. Si quieres incluir las condiciones de todo el mundo, las opciones quedan muy restringidas. A más gente, más restricción.

Hacer un chiste que haga reír a absolutamente todo el mundo es prácticamente imposible. Lo más cercano es hacer un chiste que haga reír a una mayoría. Es tarea del humorista analizar el denominador común de esa mayoría, no deja de ser conocer a la audiencia.

El esfuerzo por conocer al otro funciona también en la otra dirección. La audiencia no es tan pasiva como creemos. Puede rechazar a un humorista porque no lo conoce lo suficiente, pero ese desconocimiento inicial puede resultar también un misterio interesante.

El humorista desconocido tiene la oportunidad de seducir a la audiencia y provocar que el público ponga esfuerzo de su parte por entender sus chistes, aunque no compartan sus referentes y las coordenadas en las que se mueva no sean las suyas. El receptor también quiere conocer.

Un ejemplo ilustrativo de esto último: una broma privada entre dos amigos. Un tercero, no tan cercano, al oír la broma puede reaccionar de dos maneras:

1.- No lo pillo, no es para mí, paso.

2.- No lo pillo, no es para mí, pero intuyo por dónde va, me acoplo, quiero más.

Hay humoristas que se dirigen a audiencias masivas de forma calculada, y que ya de entrada se adaptan a ese público numeroso y sus circunstancias. Y hay humoristas que conquistan audiencias masivas con su «broma privada», en principio minoritaria, pero que gana adeptos.

Son los dos extremos. Por parte del humorista profesional lo habitual es una combinación intuitiva y natural de ambos: una voz propia que te guste a ti —y a gente parecida a ti, pues—, pero no solo a ti, que tenga potencial para seducir también a un perfil de gente más amplio.

Si el humorista conoce bien a la audiencia, y la audiencia conoce bien al humorista, entre ellos no existen límites para el humor.

Dicho de otro modo: los límites del humor son el desconocimiento entre semejantes.

El humor es una conversación. Si yo no entiendo quién eres y tú no entiendes quién soy yo, no tiene sentido que sigamos conversando.

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