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friedrich kartoffelkönig

La patata, originaria de los Andes, fue introducida en Europa por los conquistadores españoles a mediados del s. XVI. Pese a que en la civilización inca la patata llevaba miles de años empleándose como alimento, inicialmente en Europa se rechazó tal uso y la patata se empezó cultivando como curiosidad exótica en jardines botánicos de la nobleza. Siempre con fines estéticos. Llamaba la atención por su flor y por lo rápido y fácil que resultaba cultivarla.

Durante el s. XVII el cultivo de la patata se extendió por diversos lugares de Europa. Se empleaba como alimento para el ganado.

Federico II el Grande (1712-1786), rey de Prusia, vio en la patata una buena solución para evitar las hambrunas que asolaban periódicamente a sus súbditos. La patata resistía bien el clima frío y demás adversidades meteorológicas, y a mediados del s. XVIII en algunos círculos ilustrados de Europa ya se empezaba a experimentar con las posibilidades culinarias del tubérculo subterráneo de esta planta.

Sin embargo, Federico el Grande se encontró con un problema: por más que tratase de convencer al campesinado prusiano de las ventajas y beneficios de la patata, pesaba mucho el prejuicio social hacia este vegetal. A ojos del pueblo la patata era un alimento indigno propio de animales y su cultivo era la última de las prioridades de cualquier campesino. Era más valioso plantar cualquier hortaliza destinada al consumo humano.

Lo que sigue no es historia oficial, sino oficiosa.

Visto el rechazo frontal del pueblo llano hacia la patata, a Federico el Grande se le ocurrió una curiosa estrategia de persuasión. Mandó plantar patatas en los jardines y huertos de palacio y ordenó que una guarnición de soldados armados custodiase día y noche sus plantaciones de patatas.

Este hecho no pasó inadvertido entre los prusianos. Si el rey protegía con tanto celo aquellos cultivos significaba que albergaban algo de gran valor. La notoria vigilancia militar daba a entender que aquellas hortalizas estaban vetadas al pueblo por ser demasiado valiosas.

Los soldados de la guarnición tenían órdenes de descuidar de vez en cuando la vigilancia de las plantaciones y hacer la vista gorda si percibían que algún ladronzuelo se colaba para sustraer patatas del patrimonio de la corona prusiana.

Sucedió lo que Federico el Grande había planeado: las patatas no tardaron en volar de las plantaciones reales. Los campesinos prusianos las plantaron en sus campos y el prestigio de la patata como alimento fue creciendo exponencialmente. Hoy la patata es uno de los pilares de la alimentación en Alemania y en el mundo entero.

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patata frita horizontal
 

Sirva la leyenda de esta artimaña patatera para ilustrar cómo la admiración irracional y mimética hacia las clases pudientes es algo sistemáticamente empleado como cebo para condicionar la conducta de las clases populares. Rara vez por el propio bien de las clases populares.

El tito Fritz, paradigma del despotismo ilustrado prusiano, hizo la jugada de las patatas por el bien de la alimentación de sus súbditos, sí, pero sobre todo por la perpetuación del sistema cuyo trono ostentaba; ningún régimen sobrevive si todos sus peones mueren de hambre, no digamos ya en un contexto de belicosidad entre naciones vecinas que requiere cuantos más soldados fuertes y sanos, mejor.

En un sistema basado en perpetuar las desigualdades, que los pobres admiren a los ricos y aspiren a ser como ellos es la mejor garantía para perpetuar el propio sistema. Si estás en la mierda pero crees que algún día te tocará la lotería, jamás votarás a favor de desmantelar la lotería.
 

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