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Algo a tener en cuenta a la hora de debatir sobre los límites del humor y similares: un chiste consta de un mecanismo humorístico (siempre) y de un mensaje (puede ser tan tenue que consideremos que «no tiene mensaje»).

Mecanismos humorísticos hay muchos: hipérboles, juegos de palabras, equívocos, símiles, ironías, etc. Son combinables y se basan en plantear una situación y rematarla con un desenlace distinto al que podíamos anticipar.

El mensaje, como en cualquier pieza literaria, es lo que ha querido decir el autor del chiste. Su intención. Su opinión. En ocasiones el mensaje puede ser ambiguo, o solo descifrable si se conocen algunas circunstancias ajenas al chiste en sí: el contexto.

El mecanismo humorístico y el mensaje son independientes.

A menudo, manteniendo el mismo mecanismo y cambiando solo un elemento del chiste, cambiamos el mensaje.

 

Un ejemplo muy básico:

¿Por qué los de Lepe ponen semáforos de 10 metros?

Para que nadie se los salte.

Mecanismo: exageración absurda a partir de un doble sentido.

Mensaje: los de Lepe son burros.

 

Ahora cambiamos un elemento, el municipio:

¿Por qué los de Barcelona ponen semáforos de 10 metros?

Para que nadie se los salte.

Mecanismo: el mismo de antes.

Mensaje: los de Barcelona son burros.

 

Que un chiste nos haga gracia o no, depende del mecanismo humorístico.

Que un chiste nos ofenda o no, depende del mensaje.

Tanto la risa como la ofensa son reacciones viscerales, no siempre las podemos controlar.

Con algunos chistes se llega a dar una pirueta mágica: un chiste cuyo mensaje te ofende (no lo puedes evitar) pero cuyo mecanismo es tan rematadamente brillante que te hace reír (no lo puedes evitar). En estos casos, la risa puede a la ofensa, el humorista se salva.

A menudo, el mensajero es el mensaje. Dicho de otro modo, para poder interpretar qué ha querido decir el humorista a veces hay que conocer bastante bien al humorista. Y no siempre va a quedar claro. Las interpretaciones siempre son múltiples y subjetivas.

Si yo cuento el chiste de los semáforos de los de Barcelona y tú sabes que yo soy de Barcelona, lo interpretarás como una autoflagelación por mi parte, me estoy metiendo con lo mío.

Si no sabes que soy de Barcelona y tú lo eres, igual lo interpretas como un ataque, me estoy metiendo con lo tuyo.

 

Hay muchos tipos de humor, pero lo cierto es que no hay gran consenso sobre cómo definirlos. Si describimos qué características presentan el mecanismo y el mensaje de cada tipo de humor podemos llegar a definiciones esclarecedoras.

La sátira es aquel tipo de humor cuyo mensaje cuestiona las relaciones de poder. Independientemente del mecanismo humorístico empleado.

El humor blanco es aquel tipo de humor en el que no aparecen elementos tabú (ni sexo ni droga ni tacos ni blasfemia) y el mensaje es muy tenue, prácticamente nulo. Es mecanismo puro.

Con el tiempo me he dado cuenta de que el humor blanco es muy apreciado por los humoristas profesionales muy curtidos, precisamente porque es mecanismo puro al desnudo. Y a la vez lo aprecia la gente poco abierta de mente por otro motivo: no toleran mensajes contestatarios en el humor.

 

A veces, con el mantra de «es humor» se intenta soslayar que los chistes tienen mensaje. Tienen opinión. Tienen ideología. Si uno hace un chiste racista, así, sin más, pues está siendo racista.

Una vuelta de tuerca interesante, muy frecuente en el humor a nivel cotidiano, es representar un papel. Performar. Por ejemplo, soltar una frase racista haciéndote pasar por racista con el propósito de ridiculizar y reducir al absurdo el racismo. Para ello es preciso conocerse bien entre los presentes, claro. Es algo que se acostumbra a hacer de forma natural en grupos de amigos. Además, a menudo la persona que está representando un papel cambia la entonación habitual de su voz. Pone voz de tonto para soltar cierta frase porque considera que solo la diría un tonto. Está imitando a otra persona, concreta o inconcreta. En ese momento todo el mundo entiende cuál es su intención. Queda todo implícito. Cuesta más diseccionar esto por escrito que entenderlo in situ.

Para entender que alguien está representando un papel tienes que conocer a esa persona, o tiene que quedar muy claro por el contexto: el clásico ejemplo de personajes de programa de humor. Son cómicos representando un papel, son personajes, sus palabras literales no son la opinión del programa.

Cuando el humorista y su público tienen valores similares no hace falta subrayar y explicitar las intenciones constantemente. Por ejemplo, no hace falta que en Los Simpson se subraye que la crueldad del Sr. Burns está mal, ya lo sabemos, todo el mundo lo pilla.

Los gags donde el Sr. Burns es inhumano con sus empleados no son propaganda capitalista, hay quien podría llegar a interpretarlo así, pero todos entendemos que retratar la crueldad de los poderosos es una forma de crítica social.

Cuando un chiste suscita escandalera acostumbra a ser porque los medios de información reseñan el chiste induciendo a la peor interpretación posible. Sucede cuando un titular describe algunos elementos del chiste pero omite el contexto, nos induce a una interpretación muy reducida.

 

Ninguno de estos dos titulares miente, pero uno induce más al escándalo:

«Dani Mateo se suena los mocos con la bandera de España»

«En un sketch de ficción Dani Mateo lee el prospecto del Frenadol en vez de la Constitución y acaba sonándose los mocos con la bandera de España por error»

Hay algo que no todo el mundo tiene claro: un chiste es ficción. La sátira política toma elementos de actualidad existentes y los emplea para construir ficciones que hay que entender en sentido figurado.

Un chiste donde Sánchez y Feijóo se persiguen a lo Tom y Jerry y se dan martillazos y se matan entre sí no está informando de que tales hechos hayan sucedido. Sánchez y Feijóo siguen vivos en la vida real. El chiste, por bruto que sea, debe ser interpretado en sentido figurado.

A poco que un chiste sea ácido y contenga referentes de actualidad, si se interpreta en sentido literal lo más posible es que se vea en él un delito. En el caso de Sánchez y Feijóo en plan Tom y Jerry, dos delitos de calumnias, puesto que en sentido literal estaríamos acusando a ambos de haber cometido un asesinato.

Por suerte, con un mínimo de comprensión lectora y algo de hábito interpretando los códigos de la sátira política, todo el mundo llega a la conclusión de que el chiste es una ficción y que debe entenderse en sentido figurado.

Otra cosa es que un chiste te pueda parecer de mal gusto, inapropiado, te ofenda o no te haga gracia. Son puntos de vista subjetivos y respetables, incluso pueden ser abrumadoramente mayoritarios. No obstante, no hay leyes que persigan el mal gusto o la falta de gracia de la ficción.

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